Pasé por la góndola del supermercado y lo ví: un capu, de marca reconocida, era el único y seguramente me esperaba a mí. Cuando lo tomé entre mis manos, recordé un momento especial con mi papá... quizás porque no solía tener esos gestos muy seguido durante mi adolescencia y fue eso, lo que produjo que lo mantenga en mi memoria; ese día, con frío similar al de hoy, mi viejo se había levantado temprano y al preparar su té habitual de las mañanas, preparó para mí un capu solo con una cucharadita y agua caliente. Emocionada, antes de ir al colegio, lo tomé igual. En aquel entonces entre risas lo conté a mi mamá y un par de amigos... Hoy, esa misma infusión me la preparo yo; sola, a las apuradas, a veces frío, otras demasiado caliente... por lo que de grande entendí que tan importante y RICO fue aquel capuccino que me regaló mi viejo: tenía el sabor que yo no logré darle jamás, él lo había hecho con amor.
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