Cuando Kant se atrevió a escribir sobre lo Sublime, sospecho que pensó en ella. Claramente no podría asegurarlo, porque entre ambos existen 184 años de diferencia, pero cuando yo lo leo a él y la pienso a ella... encaja perfecto.
Por momentos busco desesperadamente definirla, porque cada vez que le digo que es perfecta me sabe a poco... y al igual que pasa con lo Sublime, no hay concepto bajo el cual sea digno de caer; que junte sus partes, que cuando la tengo en frente me parezca un poquito menos inmensa. Por eso cierro los ojos e intento imaginarla... y una angustia me invade el pecho, porque no me sale, porque no puedo. La imaginación que a veces juega con el entendimiento, la que la reconoce como buena y bella, se siente sobrepasada por la idea de no encontrar la manera de imaginarla... no es infinita -aunque muchas veces lo parezca- pero tampoco considero que sea de este planeta. Y a mi me gusta... esa sensación que cuando la tengo en frente me causa, que sea Sublime, ergo... me gusta ella. Me gusta aunque sepa que la conozco más por lo que la pienso que por lo que me cuenta, porque al igual que lo Sublime, habla en otros idiomas... Me gusta aunque me aterre como le aterra a Kant sentirse cerca de lo infinitamente amplio porque siente que se perdería, y que por momento se aleja para contemplarlo, pero le hierve la sangre igual que a mi cuando se sorprende como no le pasa con nada, extraña y suspira...
No hay comentarios:
Publicar un comentario