Mientras yo estaba en el consultorio riendome a carcajadas de su manera de bailar, él a varios kilómetros de mí decidía partir. Jugaba con una de sus bisnietas y se le apagó el corazón. Los esfuerzos de una vecina por reanimarlo solo lo mantuvieron despierto por cinco minutos más, y tras mirarla fijo, volvió a cerrar sus ojitos.
Lo lloré, mucho; lo extraño y lo necesito, un montón... pero toda la vida confié en su sabiduría. No era un hombre común, yo lo veía eterno, lo pensaba súper héroe, sabio... y con esa misma sabiduría supo cuando tenía que irse; a los 94 años, ni más ni menos... fuerte como un roble, dueño de todas las respuestas que necesitaba, y provocador de locuras y carcajadas. Vivió humilde, con una historia de vida fuerte, cruzó la cordillera y se dió el lujo de contar su historia a todas las generaciones... un loco, un loco lindo.
Que la voz que se calla cuando partimos, siempre resuene en el interior de alguien más...
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